domingo, 29 de noviembre de 2009

Expedición al pueblo de Laraos-Huarochirí

Plaza de Armas de Laraos
EXPEDICIÓN A LARAOS
Mountain Bike en las alturas de la sierra limeña


Cuando llegamos al puente Autisha, todo parecía normal: había buen clima, buenos ánimos, buenos paisajes... Aún no imaginábamos el diluvio que se estaba formando a la mitad de nuestro camino.
Autisha se encuentra a 2200 msnm, aproximadamente a 30 km de Chosica. De allí partimos a las 11:30 a.m. La primera parte de la carretera es bastante seca, llena de piedritas sueltas que hacen difícil la tracción en las trepadas pronunciadas. El sol aparecía y desaparecía a su antojo, mientras el cielo mostraba un color “panza de burro”.

Señales del cielo
Dos horas después ya nos habíamos dispersado por el camino. A la cabeza íbamos Jaimono y yo, más atrás venían Raffo y Miguel.
De repente, tres kilómetros antes de llegar a la represa de Sheque, escucho un gran estruendo: “¡Tormenta eléctrica a la vista!”, exclamé. Pasaban los minutos y conforme ascendía empezaba a ver los relámpagos, como gigantescos flashes sobre los cerros. El cielo lentamente se iba oscureciendo.
Continué avanzando. Esperaba que cayeran las primeras gotas de lluvia para recién cubrirme. No es fácil tomar la decisión de ponerse el impermeable si aún no llueve, ya que el plástico sofoca cuando uno está pedaleando cuesta arriba. Minutos después me daría cuenta que aquella no fue una buena decisión.

Comienza el Diluvio
Al cruzar un pequeño puente que se ubica a menos de un kilómetro de la represa de Sheque, el cielo desencadenó toda su furia, como si miles de duchas se abrieran a la vez. “¡¡Mier... coles!!”. Yo he manejado varias veces bajo la lluvia, pero nunca había visto que ésta comience tan rápido. Inmediatamente abrí mi mochila, saqué mi impermeable y mis guantes de jebe, y me los puse. La lluvia era tan intensa que sólo en ese lapso de tiempo (menos de dos minutos) se mojó un poco mi ropa y mi bolsa de dormir.
Me puse al lado del camino y me cubrí totalmente con mi poncho impermeable, tapando mi mochila.
Quedé un rato pensando si me ponía bolsas para colocarme en los pies o seguir así hasta el próximo pueblo donde compraría un par de medias. Meditaba también si esperar a los demás o continuar así, con el polo húmedo debajo del impermeable.
De repente veo que llega Jaimono, preocupado porque también se había puesto el impermeable demasiado tarde. Él tenía sólo una casaca impermeable, el resto de sus cosas se estaban mojando, mientras su cuerpo tiritaba como los perritos después que los bañan.

¡¡Necesitamos un techo!!
Ambos decidimos avanzar un poco, con la remota esperanza de encontrar lo más pronto posible algún lugar donde cubrirnos de la lluvia. Dos curvas más arriba ocurrió el milagro: ¡¡encontramos una cueva!!
Adentro encendimos una fogata para mitigar el frío e intentar secar nuestros polos. A 3000 msnm, estar con la ropa mojada, es algo serio.
¡¡Pero qué confortable resultó ser aquella cueva al lado del camino!! Fue difícil encender la fogata, había pocas ramas secas adentro. Y fue más difícil aún que ésta se mantuviera encendida. En ese lapso de tiempo calentamos una lata de anchoveta y doramos unas galletas de soda. Por cierto, las galletas doradas directamente al fuego son lo máximo.

Casi dos horas después...
—Bueno Jaimono, ya es hora de seguir avanzando —le dije.
¿Y Raffo y Miguel? Bueno, ya nos hacíamos la idea que se habían quedado por allí a esperar el carro de la tarde que sube a Laraos.
Por momentos la fogata comenzaba a humear demasiado, tanto que nos obligaba a salir de la cueva para no ahogarnos.
Era más de las 4 de la tarde, cuando de repente aparecen Miguel y Raffo empujando sus bicicletas. Ambos entraron a la cueva, se quitaron los impermeables y decidieron descansar un poco.
Casi a las 5 pm. decidí continuar trepando, así que me puse mi poncho impermeable, mis guantes de jebe, mis luces listas para cuando caiga la noche y partí. Mis amigos optaron por esperar el bus que iba a pasar por allí en menos de una hora.

Pedaleando en solitario
En 5 ó 10 minutos llegué a Sheque, que en realidad estaba a pocos metros de la cueva. Ese lugar me trae gratos recuerdos, ya que por ahí se regresa del nevado Rajuntay, luego de una accidentada bajada que empieza en la Cordillera que separa a Lima de Junín.
En Sheque sólo hay una laguna artificial, una pequeña planta industrial, una casa cercada con malla de metal y ninguna alma a la vista. A partir de esta represa empieza una exigente pendiente que pasa por el desvío a la comunidad de Huanza, por el pueblo de Carampoma y termina en Laraos. En ese momento la lluvia había parado un poco, pero media hora después volvió a empezar con relativa intensidad.

Bienvenido a Carampoma
Aproximadamente a las 6:15 pm llego al pueblo de Carampoma (3400 msnm). A la entrada me recibe el niño José Antonio, quien se asombra al verme con mis luces prendidas y mi poncho azul que brillaba por el agua de lluvia. Cuando entré a la plaza principal del pueblo, las coloridas casonas se reflejaban en el pulido piso empedrado, totalmente mojado. Tomé algunas fotos, gravé unos videos y decidí continuar mi camino. Faltaba poco para cumplir el objetivo.

¿Pishtacos en la ruta?
Antes de irme de Carampoma, le indico a una señora el camino que va a Laraos, para que me confirme que es el correcto. Lo que me dijo me dejó pensando: “Sí joven, por allí es... pero tenga cuidado con los pishtacos, eh”, y se rió un poco. Lo tomé en broma, le dije con toda tranquilidad que los pishtacos son mis amigos y también me reí un poco. La señora se volvió a reír, quizá también estaba bromeando, o quizás no...
Estas cosas prefiero tomarlas deportivamente, pero a la vez con mucho respeto, ya que estoy en un territorio donde relativamente soy un extraño.
Estaba a punto de caer la noche, iba a manejar solo y en estos parajes alejados de la serranía, uno nunca sabe...
La salida de Carampoma es matapiernas: una pared corta pero complicada de trepar (parecida a la subida a la cumbre del Chirimoyo), sobre todo con todo el peso que llevaba, más el lodo del camino, la altura y el trajín... Son en esos momentos donde me veo obligado a usar la máxima potencia de mis cambios (plato 22- piñón 34).
Un kilómetro después veo que atrás de mí se acercaban la luces de un bus. Cuando pasa por mi lado, observo que de una de sus ventanas se asoma Jaimono, sacando la mano para saludarme. Lo saludé también y le hice señas de que sigan nomás, que nos reencontraríamos en Laraos.

Absolutamente solo en medio de la oscuridad
Mientras el bus desaparecía entre las curvas del camino, recién comprendí lo solo que me encontraba en medio de la nada. A lo lejos, en el horizonte, podía ver cómo desaparecía el último rayo de luz del atardecer. Y atrás de mí, al otro lado de la cadena montañosa, se apreciaban las luces de los pueblos de Huanza y San Juan de Iris, brillando sobre un fondo totalmente negro. En ese momento se me vinieron a la mente la leyenda de los pishtacos, las historias sobre la gringa y los abuelitos roba almas....

Laraos... ¡¡por fin!!
Continué trepando en medio de la oscuridad, deseando llegar de una vez al pueblo, convencido de que no estaba tan lejos. De repente, al voltear una curva, mi vista contempló lo que tanto estaba esperando: las luces artificiales de Laraos. Había alcanzado la altura máxima de esta ruta: 3650 msnm aprox.
Al llegar a la bien iluminada plaza del pueblo, una señora me señala hacia una calle:
—Allá están, están por allí tus amigos.
Avancé por dicha calle y comencé a llamar a Jaimono, quien desde adentro de una casa respondió a mi llamado. Eran las 7:10 pm.
Al entrar, lo encuentro junto a Raffo, tratando de secar su ropa, pasándola por encima de una vela encendida.
—¿Y Miguel? —les pregunto.
Pobre Miky, le había chocado el viaje, quizá la lluvia, el frío y la altura conspiraron en su contra: dolores de cabeza y náuseas le habían quitado las ganas de levantarse, incluso ni comer quería.
Al instante llega su abuelita, la señora Yuyita, dueña de la casa, quien muy amablemente nos dio alojamiento. Gracias a ella tuvimos un techo donde dormir, pieles para poder echarnos a descansar, mantas para abrigarnos y una deliciosa cena a base de un guiso de cordero, con su respectiva canchita serrana y su mate calientito. Totalmente satisfechos. Palmas para la señora Yuyita.

Una madrugada llena de historias de terror
Nos fuimos a dormir temprano, creo que entre las 9 y las 10 pm. Fue difícil conciliar el sueño durante toda la noche. Yo creo que dormí sólo desde la 11 pm. hasta las 3 de la mañana. De ahí nos pusimos a contar historias de terror con Miguel, quien ya se encontraba totalmente repuesto. Él sabe muchos relatos de aparecidos, procesiones fantasmales, espectros que flotan en los aires, difuntos sin rostros que raptan a forasteros confiados... e infinidad de historias más.

Hasta la próxima, Laraos
Al amanecer comimos un suculento calentado de desayuno. Luego, a las 9:30 a.m. ya estábamos listos para empezar a descender. Nos despedimos de la señora Yuyita, agradeciéndole por su hospitalidad.
El descenso fue rápido y vertiginoso, a pesar que nos detuvimos a tomar fotos en varias partes de la ruta. A las 11:30 am. llegamos a Huinco, donde Raffo y yo comimos papa con huevo; mientras Jaimono y Miguel solo tomaron algo. Al medio día partimos con destino a Chosica.
Poco antes de la una de la tarde ya estábamos en Santa Eulalia. Allí esperamos unos minutos a que llegara el papá de Jaimono, quien venía de Lima y amablemente se había ofrecido a jalarnos hasta la ciudad.
¡¡Misión cumplida!!
Y colorín colorado, este relato biker se ha terminado.

Participantes:
-Miguel de La Torre
-Jaime Ravines
-Rafael Ruiz
-Pedro Salazar

Agradecimientos:
-A la señora Yuyita (natural de Laraos, abuelita de Miguel), por su hospitalidad.
-A Miguel de La Torre, por proponer esta ruta y coordinar con su abuelita nuestra estadía en el lugar.
-Al papá de Jaimono, por llevarnos de Chosica a Lima.

Organizador:
Club Inkariders

Texto y fotos:
Pedro Salazar Wilson

Vean la galería fotográfica de esta ruta en el siguiente enlace:

miércoles, 1 de abril de 2009

Pedaleando por el techo del mundo



Crónica de una pasión
Pedaleando por el techo del mundo
La aventura de un grupo de bikers inconformes que cierto día decidieron conquistar los Andes en una sola tarde

Primera Parte...

—¡¡Bien carajo, la hicimos!!
Nunca voy a olvidar el rostro de Luggin y de Jaimono mientras se estrechaban las manos. Sus ojos brillaban y sus corazones palpitaban al ritmo del fuerte viento de la cordillera.
—¡¡Bien carajo, la hicieron!! —les dije, mientras me contagiaban su emoción. Estábamos a casi cinco mil metros de altitud. Era la 1:50 p.m. del domingo 7 se setiembre de 2008.
Raffo, Jaimono, Tony, Luggin, Charlie Biker y yo habíamos conquistado en bicicleta uno de los pasos de altura más exigentes del departamento de Lima.
—Muchachos, les presento el camino a casa, el origen del valle que termina en Santa Eulalia.
En esos momentos nos rodeaba un paisaje casi lunar: un bosque de piedras producto de antiguas erosiones glaciares. El viento silbaba entre las rocas, mientras el sol jugaba a las escondidas tras las nubes que parecían estar al alcance de nuestras manos. Y bien a lo lejos, mirando hacia el oeste, se podía apreciar el gris techo de nubes de la costa.
Estábamos a la mitad de la aventura. Pero muchas cosas habían pasado que influenciarían en el increíble descenso a casa.
He aquí la historia completa de nuestra aventura.

Todo empezó con un mate de coca
Casapalca, 5 de la mañana. Habíamos llegado 4 horas antes e intentábamos dormir. Todo iba viento en popa, hasta que de pronto...
Rinnnnngg, rinnnng, rinnnnng...
—¡La pita que se partió!, ¿quién michi llama a esta hora?
—¡Pedrito!, ya llegamos con Armando a Casapalca, los vamos a esperar en el desvío de Chinchán.
—Okey Tony...
El sonido de mi celular también había despertado a Raffo. Era hora de levantarse. El frío nos aferraba a nuestra cama. “¡Me congelo!”, escuché por ahí. Pero ya iban a ser las 6:00 a.m. y no quedaba otra: “¡Levántenseeeeee!”.
Media hora después estábamos en la tienda de enfrente listos para tomar desayuno, cuando de repente, otra vez mi celular:
—Pedrito, con Armando nos estamos enfriando, ya vamos a empezar a trepar
—Ya vayan nomás... —les dije.
—Si, pero cómpranos por favor unas botellas de agua y algo de comida...
—Lo que entre en mi mochila, porque está repleta.
Terrible Rutero, en fin, solo porque es mi pata.
Todos estábamos en la bodega, convertida en ese momento por nosotros en restaurante.
—Seño, para mí un caldo de cabeza, por favor —dijo Charlie Biker, despertando la curiosidad de todos nosotros que solo habíamos pedido un mate de coca y algunos panes. Ese caldo se veía poderoso, una gran quijada con dientes flojos atravesaba todo el plato.
Hasta ese momento éramos nueve ciclistas. A parte de los 6 mencionados habían tres más: Andrés, más conocido como el Perro; el primo de Andrés, Joel; y Arturo biker, un amigo de Lima Bike.
—Perro, tu primo está mal, sigue sentado, mirando al piso y agarrándose la cabeza —le dije a Andrés, viejo amigo mío de la alta montaña, que me ha acompañado en más de 10 oportunidades a cruzar pasos de cordillera. Lamentablemente al primo que había traído, un muchacho con poca experiencia, le dio soroche y no pudo continuar. Andrés tuvo que regresarse con él. Una lástima, pero había que continuar.
A los pocos minutos le dijimos adiós a Casapalca. Empezamos a trepar por la Carretera Central, a 4100 msnm. Media hora después estábamos en la entrada del desvío de Chinchán, la trocha que lleva al Rajuntay (Km 125 aprox. de la Carretera Central).
Nos reagrupamos, luego vino la foto del recuerdo y finalmente tomamos mucho aire y empezamos la fuerte trepada hacia la primera abra. Varias sorpresas nos iban a esperar a la vuelta de los cerros.

¿¡Qué pasó Jaimono!?
Empezamos a paso moderado. De un momento a otro apareció el sol de entre las montañas. El contraste que hacían los rayos del gringo, el ichu y los cerros de la puna era tan bello que ni el más talentoso de los artistas podría reproducirlo.
Mientras pedaleaba veía que Jaimono me pisaba los talones. Parecía todo un puma de la alta montaña... hasta que empezamos la trepada en zigzag. Para cortar camino se me ocurrió subir pedaleando una cuesta muy pronunciada. Puse mi cambio 22-34 (en estos casos el mega es lo máximo). Cuando de repente veo que Jaimono me sigue por la misma pendiente. Luego subo otra cuesta aún más inclinada que la anterior. Y Jaimono me sigue otra vez...
Tomé un poco de aire para continuar por el camino normal, cuando de repente veo que Jaimono empieza a cambiar de color. “¿Que yo sepa él no es blanco?”, me pregunté. Bueno, pero al menos seguía avanzando. Cinco minutos después me pide que nos detengamos.
—¡Qué tal sueño me ha dado! —me dijo.
—Descansa un poco al lado del camino, yo te espero —le dije. Y de repente se quedó profundamente dormido. No era solo cansancio, aunque él no lo creía, era la altura. Una de las primeras veces que fui por esos lares me pasó algo similar.
Y mientras esperaba que Jaimono despierte, aparece Luiggin y me dice:
—Me siento un poco mareado. Abajo viene Raffo, un poco lento pero seguro, y más atrás Arturo, a quien parece que ya le chocó la altura.
El aire se hacía más frío y el cielo se nublaba por momentos.
—¡Ahí viene una couster! —me dijo Luiggin, mientras Jaimono seguía en el país de los sueños. —Me subo Pedrito, los espero en la segunda abra.
Y mientras Luiggin subía su cleta en el carro que eventualmente pasa por esa zona, la gente sentada en la couster no salía de su asombro al ver a Jaimono durmiendo tan rico en plena carretera.
—Choche, ¿él también sube? —nos dijo el cobrador, mirándolo a Jaimono en el piso, ya que parecía que estuviese desmayado.
Jaimono, entre dormido y despierto, me dijo que sí iba a poder avanzar pedalenado, que se vaya Luiggin nomás. No hay nada qué hacer, la perseverancia de Jaimono es admirable.
—No amigazo, solo está descansando un rato, gracias —le dije al cobrador, e inmediatamente se fueron. Al poco escucho que de entre los cerros alguien dice: “¡Me entra la locura!”. Pucha, por un momento pensé que eran pistachos sandungueros, hasta que me acordé que aquella era frase la venía repitiendo Raffo en todo el viaje. ¡El gran Raffo había llegado!
—Arturo se ha quedado atrás, parece que el soroche lo ha tumbado —me dijo, mientras Jaimono parecía despertar.
—Se hubiese subido a la couster
—No quisieron...
—Acá se pararon preocupados por Jaimono, pero Luiggin se subió.
—Ojalá un carro pueda levantar a Ar... —Y cuando aún no terminaba la frase, viene Arturo sobre una 4x4. Nos saludó y pasó de frente. ¿What? Bueno, sigamos.
Ahora solo quedábamos los tres. Jaimono por fin se despertó completamente y decidió continuar. Pero aún estaba con los estragos del soroche, así que en algunos le ayudaba a empujar su cleta.
La primera abra se acercaba. Cuando ya veía que los muchachos también estaban por llegar, me disparé con la intención de darle el alcance al resto. Crucé la primera abra (4700 msnm aprox.) y comencé a descender hacia la primera curva donde ya se puede ver el nevado.
Pero de un momento a otro el cielo comienza a oscurecerse. “Ups, ojalá no sea lo que estoy pensando”, y a los pocos segundos empieza a nevar. En esos momentos solo deseaba que no hubiese alguna tempestad andina (truenos, granizo, nevada), ello haría más difícil llegar con buen tiempo a la segunda abra.

Y apareció el Rajuntay
Mientras pensaba en nevadas, truenos, granizadas y todo eso, me encuentro con Armando y Arturo que venían en sentido contrario (?).
—Armando, qué tal
—Hola Pedro, cómo estás...
Le comenté que nos habíamos retrazado un poco esperando a que Jaimono se recuperara, y que venía con Raffo.
—Ya vimos el Rajuntay, nos regresamos por el mismo camino.
—Sí, Pedro, yo también me regreso, voy a acompañar a Armando —me dijo Arturo, visiblemente agotado.
—Okey, nosotros sí continuamos. Suerte muchachos. Un gusto. Cuídense. —Me alejé con un poco de penita, ya que me hubiese gustado contar con los dos en el descenso.
Avancé hasta la curva donde ya se puede ver en todo su esplendor el Rajuntay. A penas llegué, saqué mi casaca impermeable para evitar que la nevada penetre mi cortaviento. Al sacarme mis guantes gruesos, el aire congelado se coló por mis dedos hasta mi conciencia. Me volví a abrigar y me eché en la carretera, esperando a Raffo y Jaimono. Quería compartir con ellos la vista del nevado.
Al instante aparecieron bajando a velocidad.
—Hey muchachos, —les dije mientras alzaba el brazo. ¡Parecía que iban a pasar sin verme!
—¿Y qué hay? Nos encontramos con Armando y Arturo...
—Miren, se los presento —Y les señalé el nevado Rajuntay
—¡Qué mostro! —exclamaron los dos.
Era como ver a un gigante de mitra blanca, que te abre los brazos y te invita a conocer su reino. El Rajuntay, el Apu tutelar de esta parte de los Andes, la inspiración de muchas leyendas andinas y también la razón de estar allí en ese momento. ¡Maravilloso!
Nos tomamos la foto respectiva y seguimos descendiendo hasta un desvío. Ahí cogimos el camino de la izquierda, una pronunciada pendiente que nos iba a llevar a la segunda abra, el punto más alto de la ruta.
La nevada había sido solo un suspiro. Al comenzar la segunda abra, ya casi había terminado. Cinco minutos después nos encontramos con Tony y nos reagrupamos todos. Ahora ya éramos solo Raffo, Jaimono, Luiggin, Charlie, Tony y yo. Nuestro siguiente destino, llegar a los casi 5000 msnm. Muchas sorpresas nos esperarían.

Encuentro con Tony

La nevada había sido como un estornudo de nubes con catarro, o como un amor pasajero que así como viene se va.
Todo parecía haber vuelto a la calma. Raffo, Jaimono y yo comenzamos a trepar hacia la última cumbre. Unos metros después nos juntamos con To-To-Tony, Luiggin y Charlie Biker. Ahora éramos seis los jinetes del Apocalipsis.
El sol brillaba en el centro del cielo azul.
—Es hora de comer algo —dijo Raffo, ya que sentía que se le acababa la gasolina.
—¿Qué cosa?, ¿todavía van a comer? —nos cuestionó Tony.
—Claro pues compare, para que la gente recargue energía —le dije.
—Yo he venido a buen ritmo con Armando, sin detenernos mucho. Hace rato que estamos por acá, y me siento muy bien... —me replicó Tony, mientras su ego parecía escalar poquito a poquito la cumbre del Rajuntay, que parecía mirarnos de reojo a lo lejos. Entonces le dije:
—Tony, antes que ‘te dispares y nos dejes atrás’, toma tu botella de agua y tu atún que me encargaste te trajera desde Casapalca.
—Gracias Pedrito, te pasaste.
—No, el que te pasaste fuiste tú... ja ja ja... ¡tienes que proveerte en Lima, pues, juerguero! —Y me comencé a vacilar.
Era comprensible sus ganas de seguir, como había arrancado desde la Carretera Central una hora y media antes que nosotros y aún no le había afectado la altura...

Una merienda a 4600 msnm
En esos momentos salió un compartir digno del compañerismo que caracteriza a este grupo tan bacán: Raffo sacó unos cereales bar y chocolates; Jaimono, unas galletas; Luiggin y Charlie no me acuerdo qué, pero algo sacaron; y Tony se portó muy bien con los energizantes. Entre todos comenzamos a intercambiar alimentos y muchas bromas.
A los pocos minutos Jaimono parecía estar como nuevo.
Y de repente el cielo tosió.
—¡Tormenta! —escuché a uno de nosotros decir. Entonces miré hacia donde había venido el trueno, en dirección este, y vi el fenómeno que yo le llamo ‘velo de novia’, es decir, una tormenta que desde nuestro punto de observación se ve como un delgado velo que baja a lo lejos desde el cielo.
Por nuestros conocimientos del clima y la geografía del Perú (¡sin pana!) sabíamos que esas tormentas, en esta época del año, difícilmente al lado occidental de los Andes, y era justamente a esa zona donde nos dirigíamos. ¡Salvados!
Luiggin se adelantó. Me pareció que se sentía un poco mal.
El sol se asomaba con timidez, mientras el Rajuntay empezaba a ocultarse tras las montañas, quizá preguntándose: “¿Estos locos de m... no tienen nada que hacer en sus casas que vienen por mis dominios? Pero me caen rebien y les echo mis bendiciones”. De un momento a otro la montaña desapareció.
Unos minutos después, al pasar una curva, veo a Luiggin empujando a duras penas su cleta.

Ahora... ¿qué pasó Luiggin?
—Estoy mal, Pedrito, siento que el estómago se me sale por pedacitos —me dijo, mientras ponía cara de pasa masticada.
—No te preocupes, esto pasa, es el soroche, ya lo superaste la otra vez, así que lo puedes volver a superar —Y le recordé la receta mágica contra el mal de altura: chachar coca, chupar muchos caramelos de limón, tomarse una pastilla para el dolor de cabeza y pedirle a los apus que nos protejan— Vamos, dame tu bici, mientras pedaleo, la voy a empujar un tramo, ¿okey? —Y pedalee un rato cogiendo su bici con mi mano derecha.
Tengo que admitir que todo ello no es nada fácil, por más experiencia que uno tenga, a 4800 msnm, trepando y a la vez empujando otra cleta, uno bordea el límite de su resistencia.

Raffo, full resistencia
Tony se exigía por mantener el ritmo de un Jaimono totalmente recuperado. Al terminar la parte más inclinada, le devolví la bici a Luiggin, quien parecía haber resucitado. Charlie a su ritmo... ¿Y Raffo? Pues entre nosotros, a paso moderado, pero seguro; él es nuevo pedaleando en estas alturas, pero sorprendentemente pareció no haberle afectado en nada. La falta de oxígeno no le hizo ni cosquillas ¡Felicitaciones Raffo!

Se acerca la cumbre
La cima de nuestra aventura estaba muy cerca. Al pasar los 4800 msnm el paisaje cambia. Ya no estamos en la puna, ahora nos rodea un panorama rocoso que en otras épocas de menor calentamiento global paraba mayormente cubierto de nieve. Parecía que estuviésemos en otro planeta.
Comencé a picarla. Tengo la mala costumbre de que al llegar a esta parte siempre la pico, las ganas de ver de el camino a casa me llena de emoción.

Carreritas cerca a los 5000
Faltaban solo unos metros... Aceleré. Luiggin se había recuperado totalmente y me seguía de cerca. Tony y Jaimono no se quedaban atrás. Charlie por ahí avanzando con Raffo. Por un momento parecíamos competir.
Fue admirable cómo se recuperaron del soroche Luiggin y Jaimono, es admirable también la tenacidad de Tony para trepar a esas alturas con su pesada bici ¡sin sentir soroche! ¡Bien muchachos!

¡La cumbre!
Y llegamos. Era la séptima vez que estaba en ese lugar, pero nunca dejo de emocionarme como si fuera la primera vez, como si fuera aquel domingo 31 de julio de 2005. En aquel año éramos 4 inexpertos ciclistas que no teníamos ni idea cuánto nos iba a tomar bajar esa interminable trocha que supuestamente creíamos nos iba a llevar a Santa Eulalia.
Aquella vez ni siquiera había pasado en mi vida por Auticha o Huinco, pero teníamos lo principal: sangre aventurera, nada de miedos y la fe en que todo iba a terminar muy bien. Y así fue. Por ello he vuelto seis veces más, y lo volvería a hacer miles de veces más.
Ahora iba con mis nuevos amigos de Inkariders y mi pata Charlie, todos con sangre aventurera, bien preparados y con el miedo en el bolsillo. Ahora yo los guiaba, con la misma fe de siempre. Con el mismo respeto y admiración por la naturaleza que nos rodea. Y como hace tres años, miré a los Apus y les pedí permiso para pasar.
Sé que parte de nuestros ancestros andinos han transitado por allí durante siglos. Sé que mi madre me ve desde arriba y me guía con su luz, y a través de mí también les transmito su luz a mis amigos. Sé que todo siempre confabula para tener un regreso a casa exitoso.
¡Y fue más que exitoso!, fue también enriquecedor, emotivo, divertido y místico.
Llegaron todos a la cumbre.
—¡Carajo, la hicieron! ¡Ya ven de lo que somos capaces! ¡Casi 5000 msnm! En ese momento ya nadie sentía soroche ni nada. Contemplábamos la trocha que desciende hacia las lagunas que dan origen al río Santa Eulalia.
Con este episodio comencé el presente relato que ahora continúa en su parte culminante: el descenso a casa.

Un ritual para despedirnos
No podíamos descender sin mostrar nuestro respeto y agradecimiento a la tierra. En este tema, nuestro amigo Charlie Biker es todo un experto. Él sacó la cañahuasca que había llevado en una botellita adornada con telas de motivos andinos (no por nada le digo el zorro de los Andes). Nos servimos un poquito sobre la tapa de la botellita y lo tomamos mientras chacchábamos hoja de coca. En realidad solo tomamos la mitad de la tapita, ya que la otra mitad debía ser echada a la tierra, agradeciendo y a la vez deseando que todo nos vaya bien.

Preparados, listos... ¡Fueraaaaa!
Alejamos nuestro descarrilador de la llanta para que no hayan riesgos de que se atasque con los rayos en la bajada. También revisamos nuestra suspensión delantera. Tony desbloqueó su suspensión... Y Raffo se maquilló para que las vicuñitas le silben al verlo bajar.
Eran las 2 de la tarde. Charlie se adelantó, porque decía que bajaba despacio y creyó que nos podía retrazar. Al final recién lo íbamos a volver a ver en Huinco, casi seis horas después.
Los primeros 15 minutos de descenso fueron bastante vertiginosos.
Una a una empezaban a aparecer las hermosas lagunas color turquesa que metros más abajo iban a terminar en el nacimiento del río Santa Eulalia. Bajábamos a gran velocidad. El aire helado enfriaba nuestros cachetes, pero la emoción del descenso casi no lo hacía notar. De repente nos detuvimos. Todos nos miramos y nos preguntamos: ¿Y Tony?

Tony, ¿dónde estás?
Nos quedamos esperándolo en una de las curvas, frente a una laguna azul, salpicada de escarcha por el brillo que le daban los rayos del sol.
Y de repente apareció to-to-Tony, tratando de bajar rápido.
—¡Qué pasa Tony!, ¿alguna caída?, ¿algún desperfecto? —le preguntamos, intrigados porque bajaba contando las piedritas del camino.
—¡No sé qué pasa, no entiendo...! —nos respondió, preocupado, pálido.
—¡¡El desperfecto no es la bici, es el ciclista!! —alguien dijo, y todos nos reímos. Le dimos ánimos para que continúe. Revisamos su cleta, pero todo parecía estar bien. Tony renegaba. Tratamos de alentarlo, luego continuamos nuestro viaje.

Piedras, piedritas y piedrotas
Pum, pam, pum trac, trac, pum... De un momento a otro la trocha se tornó tan accidentada que parecíamos estar taladrando el camino. Incluso recuerdo que en una de esas curvas casi me llevo de encuentro a Raffo. Los dos bajábamos a velocidad y yo iba a cuatro metros de su llanta posterior, cuando de repente, en una curva, Raffo casi pierde el control al esquivar una roca, dio una frenada brusca que me obligó a detenerme en seco. Mi llanta delantera se detuvo a cinco centímetros de él. ¡Casi nos vamos al abismo! Un pequeño susto como para soltarnos un poco más.
Minutos después íbamos a ser testigos de un nacimiento hermoso.

Bienvenido Valle del Santa Eulalia
Estábamos en el caserío de Milloc, a 4300 msnm. Allí había un letrero que decía: Chosica a 82 Km. Así que nos esperaba aún mucha trocha qué rebanar.
Luego de subir una pequeña cuesta, una de las últimas en nuestro regreso a casa, observamos hacia abajo y fuimos testigos del nacimiento de un grande.
—Miren muchachos, de esa lagunita nace el río que nos va a señalar el camino hasta Chosica.
La laguna celeste era la base del valle en forma de ‘V’. Era como la visión de nuestros mejores sueños.
Pasaban los minutos, y por momentos nos deteníamos para que descansen nuestras manos, mientras esperábamos a Tony. No podíamos avanzar más de cinco minutos sin tener que detenernos a esperar a Tony.
En verdad estaba preocupado, sino se recuperaba pronto, íbamos a llegar bastante tarde a Chosica.
—¡No sé qué m... pasa! —exclamaba Tony. Admito que en un momento llegué a estresarme. “¡¡Caraj..., nada tiene por qué detenerlo, su bici está perfecta, con toda su amortiguación, frenos hidráulicos y piezas XT, debe volar en la bajada...”, pensaba y le comentaba a Jaimono y Raffo. “Ya ven, ahí está, el no haber descansado en Casapalca, el haber llegado y de frente a trepar. El no seguir las recomendaciones que di para los que iban a hacer la ruta completa. ¡¿Por qué m... se guio más por lo que dijo Armando, si él se iba a regresar por la Carretera Central, descenso con un alto grado de exigencia física?...”.
Son momentos de estrés que uno pasa en toda ruta; por más que seamos patazas, a veces discrepamos abiertamente entre nosotros. Entre broma y broma le dábamos su chiquita a Tony. Hubo momentos en que dejaba atrás a Raffo y Tony, y aceleraba a velocidad con Jaimono y Luigin. Ambos estaban empiladazos y bajaban hecho unas locas.
Tilín talán, llegaba la hora de almorzar.

Almuerzo a 4000 metros
El valle ya estaba totalmente formado: era una quebrada angosta, con paredes de cerros empinados que encerraban a un torrentoso río. Nuestros estómagos también comenzaban a crujir.
Nos reagrupamos, escogimos un lugar algo descampado al lado del camino y comenzamos a sacar lo que nos quedaba de comida: unas latas de atún, panes, galletas, barras energéticas y algo de líquido. ¡Todos a comerrrrrrr! Pero... ¿Y Tony? Bueno, se había retrazado... A los pocos minutos llegó y se unió a la merienda. 15 minutos después terminamos de comer. Y a seguir descendiendo.
—¡Cuánto más va a seguir este camino de m... en tan mal estado! —me dijo Raffo.
—Cuando veas una curva pronunciada que parece bajar hacia el río, empieza el verdadero descenso –le dije.
Pero antes de esa curva, unas sorpresas vacunas se nos iban a cruzar en el camino.

Y aparecieron las vacas locas
Luigin se había adelantado a gran velocidad. Atrás nos habíamos quedado Tony, Jaimono y yo, avanzando casi en pelotón, cuando de repente, a lo lejos, unos bultos se movían en el camino, ¿estaríamos alucinando?
Y de repente...
—¡Suaaave con esas vacaaaaaas...! —les grite, ya que las otras veces que había pasado por allí, un amigo casi se estrella contra uno de esos animales.
Cuando alcanzamos a las reses, empezó lo increíble: 7 vacas comienzan a correr delante de nosotros, en una loca carrera cuesta abajo.
Para ellos éramos unos animales tan extraños, de patas redondas, colores llamativos, cabezones y muy veloces... ¡¡y creían que las íbamos a atrapar!!
La escena se convirtió en una persecución involuntaria, a gran velocidad. ¿Quiénes ganarían?, ¿las vacas o nosotros?
—¡Atrápalas, atrápalas, ja ja, ja —le dije a Raffo.
—¡¡Qué locas esa vacas!! ¡¡Qué graciosas!! —me dijo.
—No te acerques mucho, no vaya a ser que te pateen...
Teníamos que buscar el espacio para pasarlas y que no sigan alejándose de su rebaño. Pero mientras más acelerábamos, ellas corrían más rápido.
Hasta que ya no dieron más y decidieron suicidarse, una por una.
Así como lo leen, o eran vacas suicidas o eran vacas dowhileras, ya que una a una comenzaron a lanzarse al precipicio, perdiéndose entre los arbustos.
—Pobres animalitos, ojalá sepan a dónde se lanzan...
—Una menos. Dos menos. Tres menos...
—Ahí va otraaaa...
Hasta que solo quedó una, toda terca ella seguía corriendo. De repente ya no pudo más, tiró la toalla, y... adiós vaquita.
Que yo sepa no existen animales suicidas, deben haber encontrado terrazas para esconderse. Bueno, eso esperábamos.
Continuamos descendiendo, aún riéndonos de aquel increíble espectáculo vacuno.

¿Dónde estás Raffo?
La carretera estaba en buen estado. El descenso seguía bastante vertiginoso. Estábamos por debajo de los 3500 msnm. El clima era cada vez mejor.
Tony se había recuperado por completo, y junto con Jaimono y Lugin, se dispararon. El camino había descendido casi al nivel del río.
Raffo y yo nos habíamos quedado atrás. Avanzábamos a ritmo moderado, hasta que de pronto ya no veo a Raffo.
Me detuve a esperarlo. Pasaban los minutos y no venía. Entonces decido regresar a buscarlo. “Por algún motivo debe de haberse detenido”, pensaba, “Ojalá sea solo un ligero desperfecto o simplemente esté descansando”.
Retrocedía y retrocedía, y no veía a nadie. En ese momento empecé a dudar de que Raffo haya estado detrás de mí. “¿Y si me pasó sin darme cuenta y no lo recuerdo?”, pensé. Cuando imaginé eso, sentí un poco de escalofrío. “¿Seré el último?, y los demás están bien adelante...”. Se me pasó por la mente regresar rogando que Raffo haya estado delante de mí. Pero pensé mejor y opté por seguir regresando. Tengo que admitir que cuando uno se siente solo en un lugar así, se ve totalmente desprotegido, como si los cerros a tu alrededor y el rugir del río pasaran a formar parte de una película de suspenso... ¡¡Hasta que por fin vi a Raffo!!
—¿Qué pasó, compare? —le pregunté intrigado.
—La llanta se pinchó. Te grité, pero no me escuchaste.
¡Chesu!, la velocidad del descenso había impedido escucharlo. Luego seguimos adelante, esperando alcanzar a los demás.

Dos pinchazos más
Alrededor de las 5:30 p.m. llegamos a Cheque, una represa de donde parte el desvío a los pueblos de Huanza, Laraos y Carampoma. Por fin veíamos algo de civilización, después de casi 10 horas.
Como Raffo y yo aún no encontrábamos a los muchachos, decidimos seguir descendiendo.
De repente... ¡pufffffffffff!, la llanta de Raffo se desinfló. Cambiamos cámara y seguimos. No habíamos avanzado ni diez metros y otra vez ¡pufffffff!
—¡¡PTM!! otra vez la llanta —se quejó el buen Raffo. Otra vez a cambiar cámara. Estos dos pinchazos nos retrazó bastante. La tarde caía. Los gritos de las aves y el zumbido de las abejas eran ahora más lejanos. Nos quedaba muy poca luz del día, así que sacamos nuestras luces para alumbrar el camino.
La luz del sol había dejado el claro bosque y se retiraba del cielo.
Aunque parezca mentira, conducir por una trocha en penumbra (entre el día y la noche), es más complicado que conducir en la oscuridad total.
Yo me puse al lado del precipicio, ya que conocía el camino y he descendido varias veces de noche.
—Pedrito, me cuesta ver el camino —me dijo Raffo, mientras me confesaba que muy pocas veces había pedaleado de noche, y menos descendiendo en trocha.
—Tranquilo nomás, amigo, tu ojo poco a poco se va a acostumbrar a la penumbra y luego a la noche —le dije. Y para hacer más relajado el descenso casi nocturno, comenzamos a charlar, sin perder la concentración del camino.

Y cayó la noche. ¡Qué miedo!
La oscuridad se extendía y sumergía los espacios entre los árboles, hasta que estos se volvieron tan tenebrosos y extraños como el fondo del mar. La noche nos regaló los destellos de las primeras estrellas. Su manto se esparció por el aire y tomó posición de todo el valle.
No veíamos absolutamente nada más allá de los cinco metros que alumbraban nuestras luces delanteras. Al lado derecho, los cerros; al lado izquierdo, el torrentoso río Santa Eulalia.
Conducir bajo estas condiciones amerita mucha concentración, reflejos y algo de suerte.
Raffo y yo habíamos aumentado la velocidad de descenso. Sin querer íbamos a más de 30 ó 35 km por hora, en plena noche y en una trocha accidentada.
—Uno finalmente se acostumbra a pedalear de noche, ¿no? —me dijo Raffo, algo asombrado.
—Claro, solo es cuestión de experimentar. Hay gente que sin probar dicen que no descenderían de noche, que es un suicidio, que es imposible... etc. No es tan difícil como se piensa, el ojo se adapta a guiarse con la luz artificial, el resto es concentración.
Avanzábamos, pero no veíamos al resto.
“¡Tanto han avanzado ellos!”. Nos preguntábamos. Hasta que de pronto, en una de las tantas curvas, ahí estaban, esperándonos.
Inmediatamente todos comenzamos a descender juntos. De noche no debemos separarnos.

¿Dónde está el puente Autisha?
Curva tras curva, todo iba normal. Hasta que comenzaron las subidas. Ellas nos indicaban que estábamos cerca al puente Autisha. Este puente es famoso, tanto para los ciclistas, y trekkeros como para los que realizan saltos al vacío.
Autisha cruza, a través de un pronunciado cañón, el río Santa Eulalia, para así poder llegar al pueblo de San Pedro de Casta y la meseta de Markahuasi.
Cuando uno viene por esta ruta no es necesario cruzar el puente, sólo pasamos a unos metros de él.
Eran alrededor de las 8 de la noche. Habíamos estado 14 horas sobre nuestras bicicletas, por terrenos bastante duros, así que, trepar hasta Autisha se estaba convirtiendo en poco menos que una tortura.
—¡¡Por fin acabó estaba bajada de m...!! —exclamó Tony, casi exhausto.
En este punto, luego de haber entrado en calor por la subida, la mayoría de nosotros optamos por quitarnos la ropa de exceso. Estábamos a 2200 msnm, a esta altitud el clima es más cálido. Minutos después seguimos bajando. Nuestra próxima parada sería el pueblo de Huinco.

¡¡Civilización... después de muchas horas!!
El descenso de Autisha a Huinco es bastante accidentado. En una parte tenemos que pasar por un túnel. Algunos dicen que allí hay fantasmitas merodeando... Nunca he visto nada extraño, pero por si las moscas, pasamos todos juntos dicho túnel...
Cuando llegamos a Huinco, volvimos a ver a Charlie Biker.
—Muchachos, estoy acá hace ratazo esperándolos, ya estaba a punto de irme... —nos dijo Charlie, quien había venido a un ritmo constante, sin que se haya detenido ante alguna dificultad.
—¡Me muero de hambre! —exclamé, mientras me dirigía a comer unas galletas y a tomar algo de gaseosa. Nos quedamos solo unos minutos en el pueblo. Teníamos que seguir bajando para no llegar tan tarde a Chosica.

Estuve a punto de terminar en el piso
La bajada desde el pueblo de Huinco es bastante conocida.
Pasando el desvío al pueblo de Callahuanca decidí dispararme, aunque después casi me arrepiento.
En una de las curvas, en medio de la penumbra, mi llanta delantera patina y mi bici comienza a ondearse de un lado a otro, casi sin control. Fueron 10 segundos eternos, hasta que logré controlar la máquina. Debí haberme puesto pálido.
Seguí descendiendo hasta el portal del desvío al pueblo de Barbablanca. Allí esperé a los demás. Cuando llegaron, Luigin estaba adolorido: se había dado un resbalón en una de las curvas y se había raspado la rodilla, felizmente nada grave.
Finalmente todos juntos bajamos hasta Chosica a donde llegamos a las 10:30 pm.

¡¡Misión cumplida!!
En la plaza de armas de Chosica acomodamos nuestras bicicletas en dos colectivos que nos llevarían de regreso a Lima. Yo me fui con Charlie y Tony. En otro colectivo se fueron Luigin, Jaimono y Raffo. Los dos grupos nos despedimos efusivamente, llenos de barro y polvo, con las piernas y brazos maltratados, pero con la enorme satisfacción por haber desafiado las alturas cordilleranas, atravesar variados climas y soportar horas y horas un duro terreno. ¡¡Felicitaciones muchachos, una vez más demostramos nuestra raza de verdaderos ciclistas de alta montaña!!